En los cuatro años que llevo como Cónsul de México en Guayaquil cuando converso con otros mexicanos acerca de su experiencia en estas tierras, la respuesta espontánea no se hace esperar: “me siento como en mi propia casa”, expresión auténtica que comparto. En casa se siente uno cómodo y contento, premisa esencial cuando viaja uno al extranjero con fines turísticos. Al ser originario de un país con vocación turística, por sus bellezas naturales, cultura, historia y tradiciones y por el esfuerzo empeñado para desarrollar el sector desde la década de los cuarenta del siglo pasado, no puedo dejar de apreciar el hermoso paisaje ecuatoriano, sus bellas tradiciones y particularmente a su gente, educada, cortés y hospitalaria. Guayaquil tiene esa magia que hace que el turista nacional o extranjero se sienta a gusto por su moderna y funcional infraestructura física y por la calidez y hospitalidad de sus habitantes. La Magia del Pacífico Sur, como se conoce a Guayaquil, ofrece al turista un amplio abanico de actividades placenteras con un sabroso clima y al alcance de la mano: visitas a sitios de interés histórico, frondosos parques, museos con un importante acervo, grandes centros comerciales y sitios de esparcimiento para todos los gustos. El Malecón invita a caminar pausadamente a la sombra de los almendros o a sentarse a ver a los paseantes teniendo como fondo al apacible Guayas. También, es imperdonable no subir los 444 escalones del Cerro Santa Ana hasta llegar al faro donde la recompensa es una vista impresionante de 360 grados de la ciudad y desde donde se puede apreciar la confluencia de los ríos Babahoyo y Daule que juntos dan origen al Guayas. Navegar en los yates turísticos, tomar el bus Guayaquil Gran Visión o subirse a una calandria son otro atractivo más que no cualquier ciudad puede ofrecer, sin olvidar la deliciosa y tan especial gastronomía de la costa ecuatoriana. Todo ello hace de Guayaquil una ciudad destino que lo reúne todo y que puede satisfacer los distintos deseos del viajero de cualquier lugar del mundo. Hay que decir también que la experiencia de vivir Ecuador no se limita a su territorio continental. Durante mi visita a las Islas Galápagos constaté que el contacto con la naturaleza, la apreciación de la fauna y la convivencia armoniosa con las especies endémicas de la región, dan un especial significado a este lugar, único en el mundo. Ecuador y México son naciones con un gran pasado histórico, con una fuerte empatía, privilegiados con territorios de grandes bellezas naturales y una enorme biodiversidad. Tengo la convicción de que debemos incrementar los intercambios y los flujos turísticos entre nuestros países. En ello, hace oficios la iniciativa para hermanar el Golfo de Cortés -cuyas entidades ribereñas mexicanas son Baja California, Baja California Sur, Sonora y Sinaloa- con las Islas Galápagos mediante un corredor turístico marino. La travesía será única en el mundo y una gran oportunidad para que ecuatorianos y mexicanos conozcan otros sitios hermosos distintos de los destinos turísticos tradicionales. Muchas son las cosas que compartimos ecuatorianos y mexicanos, entre ellas, contactos antiquísimos usando antaño la navegación costanera del Pacífico. Los contactos entre su gente han continuado y continuarán porque somos pueblos que nos miramos con simpatía y admiración y porque los lazos siguen y seguirán tan fuertes y solidarios.